Filomeno Pinedo Rojas.
Poco a poco, pero de manera acelerada, los mexicanos vamos cambiando la forma de apreciar y tratar a los migrantes que cruzan territorio nacional y de manera particular a los que deciden quedarse en nuestro país. Esta metamorfosis se corresponde, íntegramente, con el viraje que el Estado sufrió en el último año, que de vigilante y hasta protector, se erigió en sólido muro de contención en la frontera sur.
Quien lo hubiera pensado. Tanto que hemos criticado al gobierno de Estados Unidos con sus políticas agresivas contra los migrantes mexicanos que “van en busca de trabajo para atender a sus familias que dejan en la más completa incertidumbre o para lograr un patrimonio” que no tendrían si se quedan en México. Hablamos del racismo, maltrato, desprecio e injusticia con que los norteamericanos tratan a los ahora llamados “héroes” que se la “rifaron” de mojados, alambrados, o como haya sido para llegar a Norteamérica.
De alguna manera, se generó empatía y solidaridad con nuestros migrantes y sus desvelos, sufrimientos y estoicismo. Con ese mismo lente vimos y nos comportamos frente a los migrantes que desde Centroamérica cruzaban hacia Estados Unidos con una causa y un anhelo similar al que motiva a los nuestros. De alguna forma vimos en ellos a los propios, a los desamparados que buscan una oportunidad legítima. La televisión y la prensa mostraban las imágenes de los cientos que viajaban en el tren denominado “la bestia” desde Chiapas, provocando conmiseración.
Pero, en un santiamén todo cambió. Los cientos de migrantes ya no iban sobre el lomo de la bestia. Ahora caminaban en caravana y cientos de mexicanos los apoyaban con alimentos, ropa y lo que tenían a la mano, hasta que las mismas televisoras y prensa comenzaron a difundir imágenes alterando nuestra original sensibilidad. Una mujer hondureña que reclama porque le dan frijoles cuando en su país es alimento de “chanchos” (puercos), que los migrantes golpearon a quien sabe quién, que robaron a otros, que agreden a nuestras autoridades, que exigen apoyo para trasladarse, en fin, una campaña que va moldeando día a día nuestra percepción sobre esas personas que llegan a nuestro país.
Luego llega la amenaza de Trump, exigiendo al gobierno mexicano que detenga los migrantes en su frontera sur, de lo contrario será castigado con la imposición de altos aranceles a sus exportaciones, provocando un colapso a nuestra economía, y ¡zas! El gobierno en un abrir y cerrar de ojos desplegó miles de guardias nacionales y militares para establecer una muralla anti migrante en Chiapas, frente a Guatemala. Y se acabó la solidaridad y empatía por los migrantes que están terminando por ser agentes de desestabilización, roba empleos, groseros y por tanto, de no grata presencia. Los estamos criminalizando.
Plan maestro con resultados exitosos. Ahora, el gobierno mexicano se parece tanto a lo que decíamos del de Norteamérica, que apenas si hay diferencia. Y en los medios de comunicación ya los migrantes no despiertan noticias que provoquen empatía sino aversión. Nos estamos pareciendo tanto a lo que detestábamos que ya no nos perecemos a lo que éramos.
Asistimos y somos protagonistas, sin darnos cuenta plena, de un cambio profundo de nuestra forma de ser y comportarnos frente a un problema que ha sido parte de la vida y la conciencia nacional por lo menos desde hace 70 años. Los mexicanos, frente a los migrantes, ya no somos lo mismo. Somos otros. No lo hicimos deliberadamente, nos llevaron a eso, aprovechando nuestra inclinación a creer que lo que dicen los medios es la verdad general y absoluta. Y por nuestra fragilidad económica como país, fuimos presa fácil de las pretensiones del residente de la Casa Blanca. Hay algo que no cuadra porque, quiero creer, nosotros no somos así. Nos están cambiando y no nos damos cuenta. Ahora ¿con qué autoridad moral reclamaremos a los norteamiericanos?